Cada 11 de septiembre se celebra en la Argentina el Día del Maestro, en conmemoración al fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, allá por 1888.
Considerado el “padre del aula”, logró llegar a la Presidencia de la Nación entre 1868-1874. Sarmiento fue el gran propagandista de la necesidad de una ley educativa argentina. Muchas de sus ideas se recopilaron en su texto De la educación popular (1849).
Sin dudas es el día elegido para destacar y homenajear a cada uno de los educadores argentinos, que con una vocación ejemplar imparten enseñanzas en cada rincón del país.
Con seguridad muchos guardarán recuerdos gratos de aquellos docentes que con tanta dedicación desempeñaron sus labores día a día en algún aula.
Pero estas tareas inician antes de entrar a cada establecimiento educativo y terminan mucho después del timbre de salida. Tienen lugar en noches interminables en las que deben pensar cómo brindar una clase inolvidable para sus alumnos, mediante la elección de las palabras y metodologías precisas para llegar a esta meta.
Sumado a asignaturas como Matemática, Lengua y Ciencias, los docentes enseñan a compartir, a superar el fracaso y a transitar por el camino correcto. Su legado no se reduce sólo a conocimientos, sino también valores como solidaridad, respeto y la amistad.
“La educación es un acto de amor, de coraje; es una práctica de la libertad dirigida hacia la realidad, a la que no teme, más bien busca transformarla por solidaridad, por espíritu fraternal; la tarea de educar, solo será auténticamente humanista en la medida en que se procure la integración del individuo a su realidad nacional, en la medida que pierda el miedo a la libertad, en la medida en que pueda crear en el educando un proceso de recreación, de búsqueda de independencia y, a la vez de solidaridad”, es una de las reflexiones referidas a este ámbito por parte del pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire.